| Federico García Lorca - Romance Del Emplazado |
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Para Emilio Aladrén
¡Mi soledad sin descanso! Ojos chicos de mi cuerpo y grandes de mi caballo, no se cierran por la noche ni miran al otro lado donde se aleja tranquilo un sueño de trece barcos. Sino que limpios y duros escuderos desvelados, mis ojos miran un norte de metales y peñascos donde mi cuerpo sin venas consulta naipes helados.
Los densos bueyes del agua embisten a los muchachos que se bañan en las lunas de sus cuernos ondulados. Y los martillos cantaban sobre los yunques sonámbulos, el insomnio del jinete y el insomnio del caballo.
El veinticinco de junio le dijeron a el Amargo: Ya puedes cortar si gustas las adelfas de tu patio. Pinta una cruz en la puerta y pon tu nombre debajo, porque cicutas y ortigas nacerán en tu costado, y agujas de cal mojada te morderán los zapatos. Será de noche, en lo oscuro, por los montes imantados, donde los bueyes del agua beben los juncos soñando. Pide luces y campanas. Aprende a cruzar las manos, y gusta los aires fríos de metales y peñascos. Porque dentro de dos meses yacerás amortajado.
Espadón de nebulosa mueve en el aire Santiago. Grave silencio, de espalda, manaba el cielo combado.
El veinticinco de junio abrió sus ojos Amargo, y el veinticinco de agosto se tendió para cerrarlos. Hombres bajaban la calle para ver al emplazado, que fijaba sobre el muro su soledad con descanso. Y la sábana impecable, de duro acento romano, daba equilibrio a la muerte con las rectas de sus paños.
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